“Que los pacientes no miren con malos ojos a los profesionales sanitarios ni les traten mal. Solo cabe agradecimiento. Los profesionales sanitarios no son responsables del desorden organizativo actual del sistema sanitario español. También son víctimas. En realidad, gracias a su sobreesfuerzo, se compensa el desorden organizativo actual para que la atención pueda continuar con buen fin”.
Trabajar con desconocimiento de los resultados de la calidad es disparar a “ciegas”
En cualquier sector, la calidad se mide por la cantidad de los “defectos” que afectan a los usuarios finales. Por ejemplo, si consideramos el transporte aéreo, hay 0,45 accidentes por cada millón de vuelos. Estaríamos hablando de un valor inferior a 1 accidente por cada 2 millones de transportes realizados. Esto no es una casualidad, sino fruto de un desarrollo y control de los procesos que permite evitar los errores involuntarios y fallos del equipo. El mismo sector, sin embargo, la gestión de los equipajes tiene un nivel de defectos entre 6000 y 7000 pérdidas por millón de equipajes. Estas cifras muestran que los errores humanos pueden ser evitados hasta el nivel que nos interesa. Como la vida humana no está en juego, la industria de la aviación no se ha interesado por reducir los errores con el equipaje. Cuando se trata de la seguridad de los pasajeros, sin embargo, el mismo sector es capaz de eliminar los errores casi hasta la inexistencia.
En la sanidad, para medir la calidad con datos reales, deberíamos estar hablando de errores diagnósticos, errores de prescripción, errores de administración de tratamientos, eficacia de tratamientos para cada técnica terapéutica y de las toxicidades no esperadas. Estos datos no son sistemáticamente medidos en la mayoría de las organizaciones sanitarias. Es posible que algunos investigadores hayan hecho estudios puntuales con interés científico, pero para gestionar la calidad de nuestros procesos, en cada uno de los procesos de cada una de las organizaciones, tenemos que sistemáticamente medir, analizar y mejorar sus resultados, ya que las variabilidades dependen de cada proceso de cada organización.
En la sanidad hay errores diagnósticos (algunos estudios estiman hasta un 7%), hay errores en prescripción, en preparación de medicamentos y en su administración (estudios muestran 40 errores importantes de administración al día en cualquier hospital de 200 camas), y hay pérdida, o no disponibilidad, de historias clínicas de pacientes a la hora de prescribir el tratamiento. Sabemos que en cualquier proceso hay una variabilidad y seguramente no se cura a todos los que se puede curar. Hay toxicidades no esperadas indicando posibles fallos en el proceso terapéutico. Si no medimos toda esta información y si no analizamos las causas de estos errores, nunca podremos estar seguros de que estamos trabajando con la calidad adecuada.
Si no conocemos la relación entre los pacientes que cada técnica puede curar, según la literatura científica, y los que realmente estamos curando, estaremos disparando a “ciegas” y no podremos decir que la calidad de nuestro trabajo es conocida y controlada.
El paciente espera que se le diagnostique sin errores y se le aplique la mejor opción terapéutica disponible, que no haya errores en la prescripción, en las preparación farmacéutica, ni en la administración del tratamiento. Espera que se le atienda con la rapidez necesaria cuando el tiempo puede alterar las posibilidades de curación y supone que su historial médico es correctamente difundido entre los profesionales que le atienden para que no haya errores. Sin embargo, los pacientes no saben que pueden existir variabilidades en nuestros procesos, y no saben que a algunos de ellos les pueden tocar sufrir uno de los fatídicos errores involuntarios. Él paciente simplemente supone que existe un nivel de perfección, que sabemos que es imposible, y al no tener los conocimientos clínicos necesarios no exige nada; simplemente se entrega a los profesionales y confía.
La confianza y la entrega incondicional del paciente nos obliga a planificar y gestionar bien nuestros procesos, minimizando su variabilidad, eliminando los riesgos potenciales, e imposibilitando la aparición de los errores involuntarios mediante Poka-Yokes. Para que los procesos sean libres de la posibilidad de errores involuntarios, y para quedarnos con la conciencia tranquila, hemos de exigir un grado alto de perfección en la manera en que organizamos nuestra actividad clínica. En un proceso asistencial, un médico individual, o una enfermera, tiene poco tiempo, autoridad, conocimiento de la herramienta organizativa, o recursos para eliminar los errores involuntarios. Dicho de otra manera, la responsabilidad ética de eliminar el riesgo de los errores involuntarios y controlar la eficacia de los tratamientos recae principalmente en los políticos y gestores, ya que son ellos los que gestionan los recursos y toman decisiones organizativas.
Para un análisis profundo de los problemas de la sanidad y las propuestas de mejora, lea el libro “El desorden sanitario tiene cura. Desde la seguridad del paciente hasta la sostenibilidad del sistema sanitario con la gestión por procesos”, escrito por el autor de este artículo, Rajaram Govindarajan (El libro es de la editorial Marge Medica Books y saldrá a la venta en breve). El libro incluye el análisis del caso del bebé Rayan del hospital Gregorio Marañon. Rajaram Govindarajan también ha interpretado ISO9001 para la sanidad en su libro “La excelencia en el sector sanitario con ISO9001” publicado por McGraw-Hill Interamericana en 2007.
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Rajaram Govindarajan es Auditor de S.P.G. (www.certificadoiso9001.com) y está implantando en SPG la política de “añadir valor” mediante las auditorias de ISO9001 de modo que sus clientes generen la cultura de la calidad.
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